jueves, 6 de octubre de 2011

3. DAR ALEGRÍA A JESÚS



Tú eres mi hijo amado: en ti me complazco. Marcos 1:11


Jesús complacía al Padre. Yo me imagino la escena y veo al Padre mirando a Jesús y afirmando en su interior: ¡Qué orgulloso estoy de él, cada día se parece más y más a mí. Lo miro y me lleno de satisfacción! Y después de haberlo pensado se lo dijo a Jesús para que supiera cuánto el Padre lo amaba y se sentía complacido, orgulloso, satisfecho, desbordante con él.

Y yo, un aprendiz de seguidor de Jesús en este siglo complejo y caótico, me pregunto ¿Cómo puedo complacer al Padre? Porque si quiero ser un imitador del Maestro de Nazaret entiendo que debo de pensar, actuar y motivarme del mismo modo que Él. Esto, sin duda, garantizará que complazco, agrado al Padre.

Viene a mi mente la invitación de Jesús a vivir un estilo de vida caracterizado por la práctica del bien. De hecho, cuando observa a Jesús, tal y como lo reflejan los evangelios, lo veo practicando el bien de forma indiscriminada, no únicamente con los amigos sino también con los enemigos. No con aquellos que nos devolverán el bien que les hagamos, sino incluso con aquellos que no lo retornarán, no lo apreciarán o incluso tomarán ventaja de nosotros. Jesús afirmó que cuando vivimos practicando rabiosamente el bien, buscándolo de forma indiscriminada, entonces, en sus propias palabras, seréis hijos del Dios altísimo, que es bondadoso incluso con los desagradecidos y los malos. Sed compasivos como también vuestro Padre es compasivo.


Veo también a Jesús practicando el bien de forma Intencional, es decir, buscando desde la voluntad, la oportunidad y la ocasión para hacer bien a todos. Pablo, otro seguidor de Jesús, afirmó, que debemos vencer con el bien al mal. También nos dijo, nos exhortó, haced bien a todos. Nos animó, no os canséis de hacer el bien. Porque Pablo tiene razón, hacer el bien es cansado. Agota, desgasta y desanima vivir buscando intencionalmente el bien. Desanima de forma especial cuando esta práctica no es reconocida ni apreciada por aquellos que la reciben.


Jesús hizo en bien de forma incondicional, es decir, no debido a sino a pesar de. No practicó y benefició a la gente por lo que esperaba de ellos, por la reacción que sería natural que tuvieran al haber recibido bendición. Antes al contrario, lo hizo a pesar de que en la mayoría de las ocasiones no recibió sino desagradecimiento. En el evangelio de Lucas, en el capítulo 17, en los versículos del 11 al  19 vemos al Maestro haciendo el bien a diez leprosos curándoles su enfermedad. Todos son sanados. Nueve, ni siquiera se vuelven para agradecer lo que habían recibido de Jesús. Sin duda Él sabía cuál sería su respuesta antes que se diera, pero no lo importó, hacía el bien incondicionalmente como su Padre.


Finalmente, veo a Jesús practicando el bien de forma apasionada. Nunca indiferente al ser humano y a sus necesidades. Nunca insensible a su situación y sufrimiento. Me hace pensar en Pablo que escribiendo a su discípulo Tito le indica que Jesús murió para formar un pueblo que sea, apasionado por hacer el bien (Tito 2:14)

Nunca nos parecemos tanto a Dios como cuando practicamos el bien. Al hacerlo reflejamos el carácter de nuestro Padre, le imitamos, actuamos como Él actúa sobre este mundo roto y fracturado por el pecado. Cada vez que practico el bien me parezco a Jesús que se parece al Padre y complazco a ambos.

Cada vez que practico el bien, por pequeño y aparentemente poco impactante o espectacular que sea, el Padre y Jesús nos miran y contemplan desde el cielo y afirman ¡Cuán orgullosos estamos de él, cada vez se parece más a nosotros! Y entonces, se sienten complacidos.



Mi imitación de Jesús

Complacer al Padre practicando el bien de forma intencional.

La acción práctica

De manera intencional voy a buscar cada día practicar el bien a una persona, incluso cuando eso sea costoso.

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