miércoles, 25 de abril de 2012

13. AMAR







Antes del día de la Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin. (Juan 13:1-3)


Hay muchas cosas que caracterizan la vida de Jesús, una de ellas es el amor. 

Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor? Miro el diccionario de la Real Academia España de la Lengua y lo define de la siguiente manera:  Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.  El resaltado en negrita de las palabras sentimiento e insuficiencia es mío. Esta definición no tiene nada que ver con el concepto bíblico.

Necesito ir al idioma griego para crear el suficiente contexto que permita entender el concepto bíblico de amor. Los griegos tenían cuatro términos diferentes que nosotros traducimos con una única palabra castellana: amor.

El primer término era eros, que usaban para referirse al amor físico, a la relación sexual entre personas. Este término nunca aparece en el Nuevo Testamento, sin que ello signifique nada negativo. De él derivan erótico, erotismo, etc.

El segundo término era fileo, se refería al afecto o cariño que se tiene hacia alguien porque esta persona es merecedora, por alguna razón, de nuestro amor. el amor filial es claro ejemplo.

El tercer término usado por los griegos era stargos, que servía para referirse a la relación de amistad profunda entre dos personas. La amistad entre David y Jonathan, reflejada en el Antiguo Testamento nos ayuda a ilustrarlo.

Finalmente, los griegos tenían la palabra ágape, que describía el amor incondicional, el que se tiene hacia alguien al margen de que la persona sea o no merecedora del mismo. Este tipo de amor es el que se asocia en el Nuevo Testamento con Jesús, con el Padre y el que se espera de nosotros los seguidores del Maestro.

Juan 3:16, probablemente el pasaje más conocido de los evangelios, nos ayuda a entender las características que tiene el amor ágape

Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.

En primer lugar, se trata de un acto de la voluntad. El amor ágape no es un sentimiento, es algo intencional que nace de la intención activa de buscar el bien  del otro. Dios nos amó a pesar de que nuestro estilo de vida no nos hiciera merecedor de ello ni provocara en su justicia otra cosa que santa indignación.

En segundo lugar, se plasma en acciones concretas y específicas. No se queda en grandiosas declaraciones emotivas, sino en hechos palpables que hacen pensar en el viejo refrán castellano, obras son amores y no buenas razones. Porque nos amó dio a su hijo. No únicamente dijo o expresa que nos amara, lo demostró con sus hechos.

En tercer lugar, toma la iniciativa. El amor ágape no espera a que el otro haga o deje de hacer. Siempre se adelanta, se avanza. La propia Biblia lo afirma, nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero. El fue quien inició el proceso de reconciliación, de buscarnos, de acercarse a nosotros a pesar de nuestro deseo de vivir al margen de Él.

En cuarto lugar, es costoso. Para amar de esta manera se paga un precio alto. El Padre dio a su hijo por nosotros. Jesús entregó su vida por nosotros, pura y llanamente porque nos amaba.

Finalmente, el amor ágape es Incondicional. El que ama con este tipo de amor lo hace a pesar de la realidad del objeto de ese amor, no debido a cómo es o cómo actúa. No porque el otro lo merezca sino a pesar de que no lo merece. Además, no espera nada a cambio. No ama para ser amado, para ser retribuido, para ser reconocido. Ama de una forma desprendida total y absoluta.

Esta es la manera en que nos ama Dios y es la manera en que Jesús amó durante su vida en esta tierra y es la manera en que nos pide a nosotros que amemos.

Por eso, en base a Juan 3:16, a la vida de Jesús y el ejemplo que nos marcó y tal y como corrobora el resto de la enseñanza del Nuevo Testamento puedo afirmar que el amor ágape es un acto consciente de la voluntad que busca el bien de la persona amada.

Y aquí contrasta radical y rabiosamente con el modo en que entiende el amor la sociedad postmoderna en la que me ha tocado vivir. Mientras que para la misma el amor es un sentimiento que busca al otro para satisfacer una necesidad del que ama, en el concepto bíblico es un acto de la voluntad que se centra en el bien y la satisfacción del otro, no en la mía.

Para mí, seguidor de Jesús en este nuevo siglo, imitar al Maestro de Nazaret implica y significa amar con amor ágape, es decir, de forma voluntaria, intencional, consciente, premeditada, buscar el bien del prójimo, tomando la iniciativa, plasmándolo en hechos, pagando el precio de amar, y a pesar de cómo este prójimo sea y aunque no haya ningún tipo de retorno a cambio.

Y me planteo a mí mismo la misma pregunta que le plantearon a mi Maestro ¿y quién es mi prójimo? Pero eso es otra historia, mejor dicho otra entrada.


Mi imitación de Jesús
Amar, buscando de forma intencional el bien de mi prójimo.

La acción práctica
Clarificar mi concepto de amor, abandonar el concepto social y abrazar el bíblico




domingo, 22 de enero de 2012

12. PERDONAR



Cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera", crucificaron a Jesús y a los dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús entonces decía:
-Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Los soldados se repartieron las ropas de Jesús echándolas a suertes.
(Lucas 23:33 y 34)


Asímismo el que hiera mortalmente a cualquier persona, será castigado con la muerte. El que mate un animal deberá resarcir al dueño por él; animal por animal. Y al que hiera a su prójimo, se le pagará con la misma moneda: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente; según la herida hecha a otro, igual se le hará a él.
El que hiera a un animal deberá resarcir por ello, mas el que hiera mortalmente a una persona, será castigado con la muerte. Juzgaréis con el mismo estatuto al extranjero que al nativo. Yo soy el Señor vuestro Dios. (Levítico 24:17-21)

Estas palabras se conocen habitualmente como la Ley de Talión y, aunque pudiera parecer lo contrario, suponen un notable avance en las relaciones interpersonales puesto que ponían coto y límite a la venganza al obligar a que fuera proporcional al daño producido. Nadie podía extralimitarse e ir más allá del mal que había recibido, de lo contrario, esa misma persona sería culpable ante la ley.

Pero Jesús introduce un camino mejor y, por qué no decirlo, más difícil y costoso, el camino del perdón. El Maestro vivió una vida caracterizada por el perdón. El evangelio de Juan narra, y seguro que no fue el único, el episodio de la mujer pillada en adulterio que fue llevada a su presencia con la intención que fuera tratada según la Ley de Moisés exigía, es decir, que fuera apedreada. Todos sabemos que la respuesta de Jesús fue el perdón.

Jesús no fue un teórico del perdón. En el momento más dramático de su existencia, cuando está siendo ejecutado de forma injusta y, además, tiene que sufrir la burla y el desprecio de los soldados y de sus conciudadanos, ejerce el perdón contra aquellos que le inflingen semejante sufrimiento.

El Maestro también enseñó acerca del perdón en varias ocasiones. En la famosa parábola de las dos personas cargadas de deudas (Mateo 18:21-34) Nos indica que, si nos consideramos seguidores suyos, debemos perdonar a otros del mismo modo que nosotros hemos sido perdonados. En el mismo evangelio de Mateo, en el contexto de la oración del Padrenuestro, también indica que el perdón de Dios hacia nosotros está condicionado por nuestro perdón a otros (Mateo 6:8-15)

El Nuevo Testamento nos indica que los seguidores de Jesús debemos incorporar el perdón en nuestra imitación y seguimiento del Maestro y que, precisamente, el perdón de Dios a través de Cristo es la base sobre la que nosotros ejercemos ese perdón.

Para mí, como seguidor del Maestro de Nazaret, el perdón es un ejercicio difícil. No es fácil ni sale de natural el ejercer ese acto hacia alguien que nos ha causado daño, especialmente si ese daño ha sido consciente, intencional, premeditado, alevoso incluso.

El dolor, sea físico, emocional, intelectual e incluso espiritual inflingido hace que sea más complicado perdonar aunque sea consciente de la necesidad de hacerlo.
Perdonar es complicado, costoso y doloroso incluso cuando aquel que nos ha ofendido o dañado es consciente de lo que ha hecho y nos pide perdón. Hay una barrera que debe ser superada para poder otorgar el perdón.

Pero todavía es mucho más complicado cuando el ofensor no pide perdón. Cuando a pesar de ser consciente del daño provocado no trata de enmendarlo y, en ocasiones, incluso se siente ufano y alardea de ello. Perdonar en esta situación es mucho, mucho más complejo, difícil y doloroso.

Pero el perdón es algo que se otorga de forma unilateral. Sin duda, el que alguien reconozca el mal causado y pida perdón por ello aligera el dolor y el esfuerzo de perdonar. No obstante, aunque no haya petición este se concede porque lo hacemos no debido a que el ofensor lo merezca, sino a nuestro deseo de imitar a Jesús que nos ha perdonado a nosotros y lo ha hecho a gran precio.

Mi imitación de Jesús
Perdonar, perdonar y perdonar, hasta setenta veces siete.

La acción práctica
Otorgar el perdón pendiente a cualquier ofensor, haya o no pedido perdón.

martes, 17 de enero de 2012

11. PROCLAMAR Y DEMOSTRAR



Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas judías. Anunciaba la buena noticia del Reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias de la gente. (Mateo 4:23)


Cuando leo los relatos de los evangelios hay un binomio que, a menudo, acompaña a Jesús y que no creo que se trate de una coincidencia ni de algo puntual, más bien es una expresión plena de su misión, el Maestro proclamaba la buena noticia y sanaba las enfermedades y dolencias del pueblo.

Lo vemos una y otra vez en las narraciones de los evangelistas. Podemos observar al Maestro enseñando sobre el Reino a las multitudes, a pequeños grupos e incluso a individuos en conversaciones personales. También, de forma repetida, lo observamos sanando, alimentando, liberando a personas poseídas por espíritus malignos. Para Él, todo parece indicarlo, ambas cosas eran un extensión natural de su misión, de su llamado, de su vocación.

Y entonces me pongo a pensar en mí mismo como seguidor de Jesús en el siglo XXI y en cómo puedo imitar a Jesús incorporando ambas realidades en mi propio seguimiento del Maestro de Nazaret. Al pensarlo reconozco que estoy ante un binomio inseparable. Me doy cuenta que ni puedo ni debo optar por uno en detrimento del otro.

Proclamar es lo que habitualmente identificamos con la Gran Comisión (Mateo 28:18-20) Curar podemos identificarlo con el Gran Mandamiento (Mateo 22:38-40) Ambos han sido dados por el mismo Señor y ambos, como decía antes, son dos caras inseparables de la misma moneda. Históricamente, e incluso hoy en día, los seguidores de Jesús hemos optado por la dicotomía enfatizando uno de los matices a costa o en detrimento del otro. Al proceder de este modo no hemos hecho justicia a lo que nos enseñó Jesús y, por tanto, no lo hemos imitado bien.

Es cierto que según la tradición a la que pertenecemos es más aceptable enfatizar uno u otro. Si eres, digamos, "más liberal", enfatizarás el aspecto de la demostración del Reino por medio de hacer el bien. Ten por seguro que esto horrorizará a tus hermanos "más conservadores" que, a su vez, enfatizarán la proclamación y harán que te sientas escandalizado. Pienso que ni unos ni otros hacemos justicia al evangelio de Jesús, el Señor. Para Él esta dicotomía, fruto de nuestra teología, es totalmente falsa y artificial. No es ni lo uno ni lo otro sino ambos.

Como seguidor de Jesús estoy llamado a involucrarme en la proclamación de la buena noticia del Reino. La buena noticia que consiste en el plan de Dios para reconciliar a todo el universo con Él. Dios desea que el universo y la humanidad sean lo que siempre tuvo en mente y el pecado, debido a nuestra rebelión, nuestra declaración de independencia con respecto a Dios, hizo inviable. Debo dar a conocer a otros esta buena noticia. Es mi responsabilidad como seguidor darles a conocer que hay otra realidad posible y que pasa por una reconciliación con el Señor a través de Jesús.

Pero como seguidor de Jesús estoy igualmente llamado a involucrarme en la demostración del Reino por medio del Gran Mandamiento. Curar es una manera de expresar la necesidad de involucrarnos activamente en las necesidades de todo tipo de un mundo roto a consecuencia del pecado. La demostración del Reino, lo que hizo Jesús, el Señor, por medio de las curaciones, las liberaciones y las alimentaciones, es una expresión de cómo sería el mundo y la humanidad si el Reino ya fuera una realidad total.

Llevo a cabo la demostración del Reino viviendo como un agente de restauración y colaborando con Jesús en su tarea de restaurar todas las cosas. Lo hago, fundamentalmente, por medio de la práctica del bien. No me refiero al concepto infantil y estereotipado de las buenas obras, sino a una práctica del bien, intencional, proactiva, sacrificial -es decir, costosa- incondicional -con amigos e incluso con enemigos- indiscriminada, reflejando el carácter de nuestro Padre que hace el bien a todos sin distinción.

El pasaje base de esta reflexión indica que Jesús recorría. El verbo denota una acción constante y continuada, un proceso, un fluir. Del mismo modo, como imitador suyo, quiero integrar de forma natural en mi vida las dos formas de vivir el Reino, proclamando y demostrando.


Mi imitación de Jesús

Incorporar a mi vida la proclamación y la demostración del Reino

La acción práctica

Evalúo mi vida, tomo pasos prácticos para equilibrar cualquier desequilibrio existente entre proclamar y demostrar.

lunes, 26 de diciembre de 2011

10. IRA SANTA



1 En otra ocasión, habiendo entrado de nuevo en la sinagoga, vio Jesús a un hombre que tenía una mano atrofiada.

2 También era sábado, y había allí algunos que vigilaban estrechamente a Jesús por ver si se atrevería a curarle la mano, y tener así una razón para acusarle.

3 Pero Jesús le dijo al hombre:

Ponte ahí en medio.

4 Luego les preguntó:

A ver qué pensáis de esto: en sábado, según nuestra ley, ¿debe hacerse el bien o debe hacerse el mal? ¿Debe salvarse la vida o destruirla?Nadie le contestó.

5 Entonces Jesús, mirándolos a un mismo tiempo con indignación y tristeza porque se daba cuenta de la dureza de su corazón, le dijo al hombre:

Extiende la mano. Él la extendió, y le quedó completamente sana.

6 Salieron entonces los fariseos y los herodianos, y se fueron juntos a urdir un plan para acabar con Jesús. Marcos 3:1-6


Es sábado, día festivo de los judíos, y Jesús se encuentra con sus discípulos en la sinagoga para participar en el oficio religioso. Entre los asistentes hay un buen número de fariseos, religiosos conservadores, y también un hombre que tiene una mano atrofiada, es decir, que sufre algún tipo de parálisis que le limita o impide totalmente la movilidad. Es pues, una persona en necesidad.

Dice el texto que los fariseos están al acecho para ver qué hará Jesús con aquel hombre. Buscan una oportunidad para enfrentarse con Él, buscan situaciones que le permitan acusarlo de quebrantar las ordenanzas religiosas y, por tanto, poder maniobrar para acabar con Él. El hombre lisiado les ofrece una oportunidad de oro. Si no hace nada podrán acusarlo de insensibilidad hacia un ser humano necesitado. Si lo hace podrán declararlo culpable de romper las leyes religiosas. Haga lo que haga el Maestro no tiene escapatoria. Las leyes religiosas permitían curar a una persona enferma en sábado pero únicamente si existía peligro para la vida del enfermo. Claramente este no era el caso.

Jesús va más allá del caso específico del hombre enfermo y cuestiona a sus oyentes con un principio general, la oportunidad y adecuidad de hacer el bien y salvar una vida aunque sea en sábado. La respuesta de los fariseos es el silencio absoluto.

Jesús reacciona con ira. Muchas traducciones de la Biblia suavizan esta reacción emocional de Jesús y, a menudo, la traducen como indignación, enojo, etc. Sin embargo, el texto habla clara y llanamente de ira. La ira, según el diccionario, es una respuesta de indignación y enojo ante una situación que percibimos como injusta, intolerable, inaceptable según nuestros principios morales.

La ira no necesariamente es mala. Antes al contrario, indica que existe una sensibilidad moral, una capacidad de comprender que ciertas situaciones no son correctas y merecen una respuesta. La ira se convierte en algo negativo cuando es incontrolada y cuando el motivo que la produce es inadecuado.

La ira de Jesús viene de la dureza del corazón de aquellos hombres ante las necesidades de los seres humanos. Su preocupación con las tradiciones que les llevaba a la insensibilidad hacia el dolor y el sufrimiento de su prójimo. En el mismo evangelio, en el capítulo diez versículo 14 el Maestro reacciona con ira cuando los discípulos pretenden impedir el paso a los niños que deseaban acercarse a Él.

Al leer este pasaje pienso que seguir a Jesús en este mundo tan complejo implica la necesidad de desarrollar una ira santa. La reacción de Jesús, como expliqué, se debió a la falta de respuesta ante el dolor y el sufrimiento de un ser humano. En imitación de Jesús debo y quiero desarrollar ira, es decir, indignación y enojo, ante todas las situaciones de injusticia, abuso y explotación que se producen de parte de unos seres humanos contra otros seres humanos.

No puedo ni quiero sentirme indiferente ante el explotador, el injusto, el especulador, el abusador, el violento, el que practica una legalidad que es totalmente inmoral. No puedo ni quiero, porque si no lo hiciera no estaría en sintonía con los sentimientos que Jesús tiene ante todas esta situaciones. No puedo ni quiero, porque no hacerlo significaría que estoy perdiendo mi salud moral y que he comenzado a corromperme y a morir espiritualmente ya que algo no va bien en mi vida cuando la injusticia y el dolor no me mueven a una ira santa.


Mi imitación de Jesús

Responder con ira santa hacia la injusticia el dolor.

La acción práctica

Levantar mi voz contra todas las situaciones de injusticia a mi alrededor en imitación de Jesús y obediencia a Proverbios 31: 8-9.

lunes, 28 de noviembre de 2011

9. LA RELACIÓN CON GENTE DE MALA REPUTACIÓN




13 Después fue Jesús otra vez a la orilla del lago; la gente se acercaba a él, y él les enseñaba. 14 Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma. Jesús le dijo:

--Sígueme.

Leví se levantó y lo siguió.

15 Sucedió que Jesús estaba comiendo en casa de Leví, y muchos de los que cobraban impuestos para Roma, y otra gente de mala fama, estaban también sentados a la mesa, junto con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que lo seguían. 16 Algunos maestros de la ley, que eran fariseos, al ver que Jesús comía con todos aquellos, preguntaron a los discípulos:

--¿Cómo es que su maestro come con cobradores de impuestos y pecadores?

17 Jesús lo oyó, y les dijo:

--Los que están sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Marcos 2:13-17



Para los fariseos, gente tremendamente religiosa y de una intachable conducta moral y ética, el comportamiento de Jesús no era únicamente incompresible, sino total y absolutamente inaceptable. El Maestro estaba compartiendo la mesa, signo de intimidad y relación cercana en la cultura judía, con los recaudadores de impuestos y gente descrita por los fariseos como de mala reputación.

Vamos, que Jesús decide de forma intencional relacionarse y dejarse ver en público con aquellas personas que en su tiempo producían más rechazo por su conducta, su estilo de vida y su papel, negativo en este caso, en la vida del pueblo judío. Haciendo esto, comportándose de este modo, el Maestro ponía en entredicho su propia imagen y se sometía, como así sucedió, al juicio y a la condena de aquellos que se consideraban, y era cierto, muy por encima moral y religiosamente de los acompañantes de Jesús. Para los fariseos aquellos eran calaña, gente despreciable que todo honrado y religioso ciudadanos debería evitar y condenar.

Pero estos son a los que se acercó Jesús, aceptó en su compañía y se relacionó intencionalmente con ellos. Son las personas que quiso alcanzar porque, como Él mismo dijo, no he venido a llamar a los buenos, sino a los pecadores. Su propósito es alcanzar a aquellos que tienen una necesidad de ser restaurados por Dios, no a aquellos que ya se consideran moral, ética y socialmente por encima de la media y, por tanto, sin ninguna necesidad de la intervención de Dios en sus vidas.

Al leer esto me he preguntado acerca del significado que tiene para mí como seguidor de Jesús en este nuevo y convulso milenio. Si quiero imitar al Maestro y Señor debería seguir sus pasos en la misma dirección y, de forma intencional y voluntaria, acercarme a aquellos que son considerados por cualquier motivo despreciables, pecadores, de mala reputación y socialmente inaceptables, especialmente para una mente piadosa y religiosa.

Me doy cuenta que para hacerlo necesito romper mis propios prejuicios, superar mis escrúpulos y las enormes barreras, no solamente religiosas, sino también sociales, raciales y culturales. Porque es precisamente todo esto lo que me hace sentir superior, distante y produce un rechazo, a veces incontrolable, hacia todas estas personas. Debo, por tanto, suspender mis juicios, evitar mi condena, verlos como Jesús, el Señor los ve y, en imitación de Él, acercarme a ellos con amor, aceptación y valoración. No será fácil pero no puedo dejar de hacerlo.

Jesús lo hizo y, consecuentemente, yo debo hacerlo. Pero al reflexionar me daba cuenta que hay una gran diferencia entre Él y yo. Jesús, el Señor, era perfecto, intachable, sin pecado, sano moral y espiritualmente. Yo, a diferencia de Él, no lo soy. Yo soy una persona rota en proceso de restauración. Soy otro enfermo al que Jesús poco a poco va curando y sanando y, por tanto, no debería olvidar esa condición y no debería despreciar a los que, al fin y al cabo, son como yo mismo soy.


Mi imitación de Jesús

Tener hacia el despreciable y de mala reputación la misma actitud que Jesús tuvo.

La acción práctica

Aprovechar las oportunidades para hacer sentir amado y aceptado a aquel que es considerado inaceptable, despreciable y de mala reputación por nuestra sociedad y la iglesia.

sábado, 12 de noviembre de 2011

8. CONMOVERSE CON EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO



Un leproso se acercó a Jesús, pidiéndole de rodillas:
-Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad.
Jesús, conmovido, extendió la mano, le tocó y le dijo:
-Quiero. Queda limpio. Marcos 1: 40-41


Pocas cosas eran peores en la época de Jesús que ser un leproso. Padecer esa terrible y degenerativa enfermedad, que causaba, antes de producir la muerte, enormes deformaciones en las personas, iba acompañada del total aislamiento y ostracismo social.

No había cura para la enfermedad que, además, era tremendamente contragiosa. Consecuentemente, cuando alguien padecía esa dolencia era expulsado de la comunidad y tenía que vivir fuera de los núcleos habitados, en soledad o bien en precarias comunidades con otros de su misma condición. Sin poder trabajar para sustentarse tenían que vivir de la caridad del resto de la población y de sus familias.

Además, a menudo, se consideraba la lepra como una consecuencia del pecado, de tal modo que al estigma físico y social había que añadir el religioso. Los leprosos no podían acercarse a las personas sanas y debían anunciar su presencia y mantenerse alejados de ellas. Por eso es sorprendente que aquel hombre se acercó a Jesús y expresó su petición.

Dice el evangelio que Jesús al ver aquella escena se conmovió. Es decir, sus emociones se removieron en su interior. Jesús sufrió un auténtico choque emocional provocado por la situación de deterioro, desamparo y necesidad de aquel ser humano. La conmoción, según el diccionario, es una perturbación violenta de nuestro ánimo. Es una agitación en el estómago, un nudo en la garganta que nos pone al borde de llorar ante una persona o situación.

Jesús, sin embargo, pasó del estado emocional de compasión a la acción para mitigar el dolor físico, social y emocional de aquella persona. Dice el texto de Marcos que tocó al leproso y lo sanó. El toque era del todo innecesario para la sanación. No lo era, sin embargo, para la sanidad emocional y para la dignidad de aquel ser humano. Tocándole, Jesús le transmitía valor, humanidad y dignidad. Es fácil imaginar cuánto tiempo habría pasado desde que alguien le había tocado y le había transmitido por medio de aquel contacto afecto, valor, amistad, aprecio. No, no bastaba con sanarlo físicamente había que restaurar su humanidad y dignidad perdidas y aquí es donde el toque de Jesús actúa.

Jesús sabía lo que hacía al tocarlo. Lo sabía en todos los sentidos. Tocándole se exponía al riesgo de contagio. Por favor, no olvidemos que Jesús era un ser humano y que no era invulnerable. No olvidemos que su muerte así lo prueba. También sabía que al tocarlo se convertía en impuro desde el punto de vista religioso y no podría participar en la vida social y espiritual de la comunidad. Ninguna de las dos cosas le importó, pagó el precio de ambas, la exclusión de la vida pública y el riesgo del contagio porque su conmoción le llevó a la acción para restaurar a una persona rota.

Pienso en mi vida como seguidor de Jesús. Entiendo que hay varias lecciones claras para mi seguimiento del Maestro. Primero, quiero conmoverme con el dolor -algo físico- y el sufrimiento -algo emocional y espiritual- ajeno. Como dice aquella famosa canción, sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente. No quiero acostumbrame a ello. No quiero explicaciones sociales, políticas, culturales o religiosas -estas son las peores- que calmen mi conciencia y me hagan pensar que es algo normal.

Segundo, quiero que mi conmoción me lleve a la acción. No quiero quedarme en el lamento sino que quiero y entiendo que debo hacer algo. Tal vez, a diferencia del Maestro, yo no puedo curar pero, sin duda, puedo mitigar. Es posible que esté llamado a aliviar en vez de a sanar de forma radical. Quiero discernir qué puedo hacer y no quiero permitir que aquello que no puedo me impida y me sirva de coartada para dejar de hacer lo que si puedo. Cualquier puede transmitir humanidad, dignidad, afecta y aceptación a otro ser humano.

Tercero, quiero y debo tomar riesgos. No puede haber restauración si no pasamos de la emoción a la acción y este paso no es posible sin asumir determinados precios y estar dispuestos a pagarlos. Sin tomar determinados riesgos y asumir las consecuencias que de ellos se deriven. No importa si mis pares lo aprueban o no, lo comparten o no o, incluso, si lo juzgan de forma negativa. Lo que importa es imitar al Maestro.

Este siglo, mi sociedad, está llena de leprosos, no el sentido literal, que precisan de un toque de humanidad y dignidad. Está llena de demasiado sufrimiento que debe conmoverme y llevarme a la acción en imitación del Maestro de Nazaret.


Mi imitación de Jesús

Responder con emoción y acción ante el dolor y el sufrimiento.

La acción práctica

No pasar de largo ante el dolor y el sufrimiento, aprovechar las oportunidades que la vida me presenta.

martes, 1 de noviembre de 2011

7. TIEMPO CON EL PADRE




De madrugada, antes del amanecer, Jesús se levantó y, saliendo de la ciudad, se dirigió a un lugar apartado a orar. Marcos 1:35


Estas últimas semanas han sido una locura y he visto y experimentado como poco a poco perdía el control de mi tiempo, mi agenda y en definitiva de mi vida. Las necesidades a mi alrededor son tantas y tan serias que tenía que dedicarles más y más tiempo, sin embargo, cuanto más tiempo dedicaba más tenía la sensación de no llegar a todo y, además, nuevas realidades venían directas hacia mí, sin poder ser atendidas y aumentando mi sensación de pérdida de control, agobio y cansancio.

Lo urgente pedía paso y lo necesario quedaba arrinconado a un segundo término ante la presión inmisericorde de lo primero. El descanso, el tiempo con la familia y, naturalmente el tiempo a solas con Dios acababan pagando el precio de la vorágine de actividad fruto de tanta necesidad.

Cuando leo los evangelio veo a Jesús en una vorágine de actividad, en un ritmo casi frenético. Esto es especialmente claro en el relato de Marcos donde Jesús está en constante movimiento, de un lado para otro, sirviendo, predicando, sanando, enseñando, viajando de aldea en aldea y llevando esperanza, restauración y, naturalmente el mensaje del Reino de Dios. Eran tantas y tantas las necesidades que las personas le perseguían e iban detrás de Él para verlas satisfechas.

Sin embargo, una y otra vez veo a Jesús manteniendo claras sus prioridades y pasando tiempo a solas con el Padre. Para el Maestro esto no era un mero ejercicio de piedad religiosa, era, como para todo seguidor suyo, una prioridad vital e innegociable porque es precisamente ese tiempo el que nos permite descansar de toda la presión que ser consciente de las necesidades de un mundo roto coloca sobre nuestros hombros. Es ese tiempo el que nos devuelve la perspectiva correcta que Dios es el autor del proceso de restauración y nosotros meramente colaboradores. Es ese tiempo de soledad con el Padre el que nos permite ir mucho más lejos de lo que nunca nuestras acciones y actividades podrán llegar, al corazón de las personas rotas. Es, en definitiva, ese tiempo el que nos permite presentarnos con nuestras propias cargas, roturas y miseria ante el Señor para que tome cuidado de ellas y nos de el descanso y paz necesarias.

Si por algo se caracteriza este siglo es por el estrés, la tensión y la vorágine que nos impone como estilo de vida. Para mí, como seguidor del Maestro de Nazaret en este siglo convulso y de constante aceleración y cambio el pasar tiempo a solas con el Padre, en imitación suya, no es un lujo, es una necesidad de pura supervivencia.


Mi imitación de Jesús

Pasar tiempo a solas con el Padre cada día.

La acción práctica

Reestructurar mi agenda para que eso sea posible.