lunes, 28 de noviembre de 2011

9. LA RELACIÓN CON GENTE DE MALA REPUTACIÓN




13 Después fue Jesús otra vez a la orilla del lago; la gente se acercaba a él, y él les enseñaba. 14 Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en el lugar donde cobraba los impuestos para Roma. Jesús le dijo:

--Sígueme.

Leví se levantó y lo siguió.

15 Sucedió que Jesús estaba comiendo en casa de Leví, y muchos de los que cobraban impuestos para Roma, y otra gente de mala fama, estaban también sentados a la mesa, junto con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que lo seguían. 16 Algunos maestros de la ley, que eran fariseos, al ver que Jesús comía con todos aquellos, preguntaron a los discípulos:

--¿Cómo es que su maestro come con cobradores de impuestos y pecadores?

17 Jesús lo oyó, y les dijo:

--Los que están sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Marcos 2:13-17



Para los fariseos, gente tremendamente religiosa y de una intachable conducta moral y ética, el comportamiento de Jesús no era únicamente incompresible, sino total y absolutamente inaceptable. El Maestro estaba compartiendo la mesa, signo de intimidad y relación cercana en la cultura judía, con los recaudadores de impuestos y gente descrita por los fariseos como de mala reputación.

Vamos, que Jesús decide de forma intencional relacionarse y dejarse ver en público con aquellas personas que en su tiempo producían más rechazo por su conducta, su estilo de vida y su papel, negativo en este caso, en la vida del pueblo judío. Haciendo esto, comportándose de este modo, el Maestro ponía en entredicho su propia imagen y se sometía, como así sucedió, al juicio y a la condena de aquellos que se consideraban, y era cierto, muy por encima moral y religiosamente de los acompañantes de Jesús. Para los fariseos aquellos eran calaña, gente despreciable que todo honrado y religioso ciudadanos debería evitar y condenar.

Pero estos son a los que se acercó Jesús, aceptó en su compañía y se relacionó intencionalmente con ellos. Son las personas que quiso alcanzar porque, como Él mismo dijo, no he venido a llamar a los buenos, sino a los pecadores. Su propósito es alcanzar a aquellos que tienen una necesidad de ser restaurados por Dios, no a aquellos que ya se consideran moral, ética y socialmente por encima de la media y, por tanto, sin ninguna necesidad de la intervención de Dios en sus vidas.

Al leer esto me he preguntado acerca del significado que tiene para mí como seguidor de Jesús en este nuevo y convulso milenio. Si quiero imitar al Maestro y Señor debería seguir sus pasos en la misma dirección y, de forma intencional y voluntaria, acercarme a aquellos que son considerados por cualquier motivo despreciables, pecadores, de mala reputación y socialmente inaceptables, especialmente para una mente piadosa y religiosa.

Me doy cuenta que para hacerlo necesito romper mis propios prejuicios, superar mis escrúpulos y las enormes barreras, no solamente religiosas, sino también sociales, raciales y culturales. Porque es precisamente todo esto lo que me hace sentir superior, distante y produce un rechazo, a veces incontrolable, hacia todas estas personas. Debo, por tanto, suspender mis juicios, evitar mi condena, verlos como Jesús, el Señor los ve y, en imitación de Él, acercarme a ellos con amor, aceptación y valoración. No será fácil pero no puedo dejar de hacerlo.

Jesús lo hizo y, consecuentemente, yo debo hacerlo. Pero al reflexionar me daba cuenta que hay una gran diferencia entre Él y yo. Jesús, el Señor, era perfecto, intachable, sin pecado, sano moral y espiritualmente. Yo, a diferencia de Él, no lo soy. Yo soy una persona rota en proceso de restauración. Soy otro enfermo al que Jesús poco a poco va curando y sanando y, por tanto, no debería olvidar esa condición y no debería despreciar a los que, al fin y al cabo, son como yo mismo soy.


Mi imitación de Jesús

Tener hacia el despreciable y de mala reputación la misma actitud que Jesús tuvo.

La acción práctica

Aprovechar las oportunidades para hacer sentir amado y aceptado a aquel que es considerado inaceptable, despreciable y de mala reputación por nuestra sociedad y la iglesia.

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